Por
Elena Morado
@Elena6Morado
Desde hace algunos años ha
retumbado en mi cabeza algunas palabras, diálogos y efemérides que no logro
aceptar por la falsedad que retratan. Cada vez que escuchaba alguna perorata,
tenía ganas de retar al expositor y pedirle que, por favor, saliera de su
microesfera de comodidad o de su autoengaño. Y es que, por miedo, quizá no había
tenido el valor de escribir sobre estas falacias (aunado a mi poca experiencia
como educadora), pero ahora he encontrado no sólo el impulso, sino el
conocimiento, historia laboral y momento adecuado, pues en plena pandemia ha quedado
al descubierto las injusticias sociales debidas a la desigualdad,
discriminación y abuso de cualquier índole. Hoy, redacto un caso en particular.
a) Imagen tomada de Google.
Primero yo
Cuando inicié en el camino de
la docencia, recuerdo que observaba los homenajes con mucha atención, y ponía
mayor interés en los discursos porque me confundían con su contenido. Por
ejemplo: Cuando se celebraba el día del trabajo, notaba que los directivos exclamaban
con pasión y agradecimiento el que una jornada laboral fuera de 8 horas, el que
los trabajadores cuenten con todos los recursos que la escuela abastece, el que
los mismos sean tratados con respeto, el que cualquier empleado cuenta con
prestaciones de ley… ¿La realidad? Docentes frente a grupo, haciendo guardias,
cargando mochilas, subiendo a estudiantes a sus carros al mismo tiempo que les abre las puertas (con precaución porque
los conductores se molestan) haciendo esto y más, en efecto, 8 horas. Sin
embargo ¿Qué hay de la planeación de una clase, el diagnóstico de un grupo, la
compra de material y transporte del mismo, los cursos de actualización,
revisión de tareas, retroalimentación de ejercicios a cada estudiante,
calificación de exámenes? Son horas no pagadas. Y, lamentablemente, cada vez
menos trabajos protegen a sus empleados con prestaciones de ley.
Sin duda, algunos de mis
lectores, dirán: Elena, así son las cosas o Elena, es que no tienes vocación.
Lamentablemente, ustedes ahora son partícipes de una cultura laboral insaciable
y adornada de tintes rosados. En efecto, las cosas son así, pero no por ello
deben ser aceptables. En cuanto a la vocación (una palabra que está de moda) considero
que el interés está en la gran mayoría de los educandos, pero el reproche nunca
cederá pues ahora la figura docente es sinónimo de pereza, ingratitud e
ignorancia. Incluso, muchos docentes de colegios particulares, en plena
pandemia, siguen laborando con menos de la mitad de su sueldo ¿Todavía insisten
en que no poseen vocación?
Después mis estudiantes
¿Y a dónde voy con esta
opinión? A que, lamentablemente, esta representación romántica de la vida
cotidiana también inunda a nuestros estudiantes, pues dentro de los programas
escolares se usan los libros del Consejo Nacional para Prevenir la
Discriminación (CONAPRED) y los capítulos llamados “Kipatla” transmitidos hace
algunos años por Once TV ¿Qué hay de confuso? En el episodio “Gaby chicles de
canela” se retrata una visión rosada y equivocada en una denuncia por abuso
infantil. La víctima, Gaby, una menor de edad es atendida con amabilidad,
rapidez, orden y limpieza por servidores públicos del Ministerio Público. Con
un sólo trámite, ella es defendida y rescatada. No hay peligro ni amenazas ni nada
que entorpezca el proceso. ¿De verdad cuando somos testigos o víctimas de una
injusticia esto no sucede? ¿Por qué mostrar estas visiones “infantiles” a
menores de edad? ¿Por qué les mentimos?
b) Imagen tomada de
Google.
c) Imagen tomada de
Google.
Ahora ¿Qué podemos hacer?
Primero: Una cercanía inmediata a la vida
cotidiana. Quienes ilustran y redactan contenidos educativos, ojalá se tomaran
la molestia de visitar las comunidades urbanas y rurales, pues cada una tiene
problemáticas particulares. Y no sólo para conocerlas, como si de turistas se
tratase, sino para realmente ser empáticos y retratar con detalles y vivencias propias,
lo vivido.
Segundo: Entiendo que el contenido de estos
programas educativos es alentar a niñ@s y jóvenes a mejorar las condiciones de
vida de sus comunidades, a ser partícipes de los cambios sociales y a exigir el
pleno respeto a sus derechos, pero cómo lo harán si se insiste en mostrar “problemitas”
o conflictos que “por arte de magia” quedan congelados en bonitas imágenes de
personas tomándose de las manos en un día soleado. Entonces: Cambiemos el contenido y la forma. No,
no me refiero a inundar las pantallas con sangre y asesinatos, sino a invitar a
nuestros estudiantes a prevenir delitos y abusos ¿Cómo? Siendo mejores
ciudadanos. Estoy segura que si les enseñamos estadísticas, crónicas, opiniones
y fotografías específicamente para ellos, lo entenderán. Es más: Dialoguemos en
familia sobre los problemas y preocupaciones (No es sano ocultar los temas
delicados).
Tercero: ¿Qué podemos hacer? Insistamos en la
importancia de acudir a diversidad de museos y obras teatrales para que los
jóvenes conozcan otras realidades desde muy chiquitos. Esto con el propósito de
educar para dar y recibir, no únicamente para recibir. Empecemos desde ya: acudamos
a los albergues a bañar perros, a ser útiles a la sociedad, sino ¿Por qué cree
que los santuarios de animales están llenos de ellos? Porque pocos se
comprometen con donar alimento, con visitar y pasear a los desprotegidos, pocos
ayudan y muchos asisten sólo a abandonar a sus animales domésticos. La mayoría
no quiere hacer “el trabajo sucio”.
Finalmente, hablo desde mi
contexto educativo y social, así que te invito a protestar y a exigir mejores
condiciones para el tuyo por el bien de tod@s.