miércoles, 16 de agosto de 2017

CUENTO: PUNTUALIDAD.


Por Elena Morado

@Elena6Morado

¡Uf! Pero qué lluvia la de hoy. No para. Gota tras gota va inundando la ciudad. La lluvia no se detiene y la gente apresura el paso porque es horrible la humedad en los pies y en la cara. Allá a lo lejos: Cruzando la calle, aunque el semáforo está en verde y puede resbalarse, camina un joven con una maleta pesada color amarillo fosforescente sobre los hombros. El día laboral va empezando para él, pues su reloj marca las 9:45 y a las 11 tiene que llegar. El tiempo está a su favor, y él disfruta que las gotas caigan en su pelo hasta resbalar por su cuello. Hasta ahora, siempre le despreocupo la humedad. El agua cae por su cuerpo, lo recorre en su totalidad. Mide 1.65, pero su cuerpo es imponente pues luce una playera ajustada que deja ver sus músculos y un abdomen finamente marcado por el ejercicio. Y gracias a ello, obtiene agilidad para transportarse y realizar su trabajo limpiando ventanas. Pocas veces queda agitado por su trabajo y no teme a las alturas.

Ha llegado al primer destino: metro Acatitla. El vagón luce, aparentemente, vacío. Es que no se da cuenta que yo y mi pandilla lo observamos con detenimiento, mientras él va con la mirada perdida pensando en la mujer con la que hoy pasará la noche. Es que el amor vuelve idiota a cualquiera hasta si se enamora de la persona equivocada.

Doy la señal a mis acompañantes. Es el momento de atacar al desprevenido. Lo elegimos desde hace tiempo y siempre trae un gran peso encima. Entre varios es más fácil. Su rostro con facciones duras y la fuerza de su cuerpo no nos intimida a ninguno de los 4.

Nos ve a poca distancia, se queda inmóvil. No le hablamos, lo apuntamos con un arma de juguete y lo golpeamos con frecuencia en el estómago. No puede ni defenderse a pesar de tener la intención de hacerlo. Ese gran peso de la espalda lo limita en todo. De las manos le brotaban sudor.

Uno de nosotros halla su celular y cartera con billetes. Los demás lo golpean hasta dejarlo indefenso en el piso. Hay lágrimas en su cara, de las fosas nasales le sale humedad, saliva en exceso, escupe perdigones de la boca cuando lanza maldiciones sobre nosotros. Con más ira golpeamos su cara ensangrentada, sus frágiles piernas y su espalda ya deforme. Mi compañero alza la maleta fosforescente para buscar más objetos de valor, pero sólo ve una cuerda, un mosquetón, cintas y un grigri. Ni siquiera para golpearlo con ello.

La víctima suda y vuelve a sudar. Agoniza en el sucio piso del metro. Muere.  Justo a tiempo para que mi pandilla y yo descendamos del transporte. Nos sentimos victoriosos. Dejamos la maleta a un lado de su cuerpo.

Las 10: 30 y aún llueve, nosotros corremos y las gotas de agua limpian la sangre de nuestras manos y cara. Lo matamos justo a tiempo.


FIN

lunes, 14 de agosto de 2017

NO SUEÑES DESPIERTO, JOSÉ


Por Elena Morado

Pequeño y tímido, José, apenas tienes 10 años. Sueñas con ser policía o bombero. Juegas a la pelota, mojas a tus amigos con los coloridos globos inflados de agua. Bebes agua de naranja y vistes pantalones cortos, y en todo momento te aguantas las enormes ganas de llorar.

Pero ¿Sabes, José? Creo que deberías ir a la escuela, pues ya pasan de las 6 de la mañana y aún estás acostado en tu cálida cama. Me parece que todavía no llevas puesto el glorioso uniforme azul marino que tanto te gusta porque te hace ver como el oficial de seguridad que tanto anhelas ser algún día.


Oye, José, sé que estás muy cansado, pero deberías ir a bañarte con agua calentita y acomodar sobre la tierra los autos de juguete que tienes. También podrías ir preparando la mochila para la escuela.
¡Ay, José! Recuerda no ensuciar tus pantalones, pues no querrás que se enoje mamá ¿o sí? No te sientas solo, José. No todo en la vida es salir a divertirse, sin embargo, entiendo que eres un pequeño y comprenderé si un día te desesperas y te vas con los pinches vagos de la esquina, pero en ese momento, te pido que no regreses a casa ¿sí?

-          ¡Despierta, mocoso! Ya son más de las 6 y tú disfrutando de la vida, cabrón. Apresúrate a mover esas chingadas piedras, pues no se vive de a gratis, niño.

-          ¡Rápido, José! Acuérdate de vivir para tu hermano, y para que papá no se enoje.


Vamos, José, pues más de mil veces te he advertido que no sueñes despierto y que “A nosotros los pobres sólo nos queda chingarnos” como dice tu papá. Y por favor, deja de meterte esas ideas tontas de ser policía, pues tu destino es trabajar para tu familia y ya él mismo se encargará de ti y darte lo que te mereces. 


domingo, 13 de agosto de 2017

CUENTO: FIDELIDAD Y VENERACIÓN

Por Elena Morado

@Elena6Morado

Mira cómo la observa sin detenimiento. Le da todo. Ella lo tiene a sus pies, ya que siempre llega puntual a lo que parece ser una cita, pues siempre es en la misma hora y lugar. Cuando se encuentran, no hay quien los separe. Pueden pasar horas y horas de entretenimiento y desprenderse de la realidad. Es una escena muy conmovedora: Él lee cree absolutamente todo. Si un día ella faltara ¿Qué sería de él? Seguramente se aburriría y la extrañaría.

Él es un hombre con un cuerpo grande y obeso, al que le gusta la comodidad, la rutina y las noches de soledad si se trata de estar con ella. Le da tanto placer, las pupilas se le dilatan y se emociona en las partes más intensas con gritos y saltos. Quizá esta relación sea perfecta porque hay 2 sujetos: activo y pasivo.



Es una relación predecible, de apego y llena de emociones. Ella lo ha visto llorar, enfurecerse, desvelarse, desayunar, maldecir y hasta masturbarse. Ella sabe todo de él que si tan sólo estuviera viva pondría en peligro la intimidad y secretos más ocultos de Roberto, el vecino más reservado del edificio.



Ella es atractiva, sobre todo en las noches, porque ilumina la habitación de Roberto con luces e imágenes. En ella desfilan famosas con vestidos muy costosos, los rostros varoniles más bellos y también sucesos despreciables como detenciones de ladrones y películas en las que la sangre es la protagonista. También aparece la flexibilidad de los bailarines, los debates políticos más controvertidos y las óperas más exitosas; pero a Roberto eso no le interesa. En ella puedes ver todo y tener nada.



En esta noche yo observo a Roberto ver su maldita televisión. Me gusta mirarlo con detenimiento desde mi ventana. Ya conozco sus programas y canales favoritos. Hace una semana, tuve la loca idea de saludarlo y llevarlo conmigo a la cama de mi apartamento, pero me da tanta vergüenza que prefiero espiarlo mientras me entretengo con mi celular.


FIN

jueves, 3 de agosto de 2017

CUENTO: CUIDADO CON EL ESPACIO


Por Elena Morado

@Elena6Morado

Dedicado a quienes viajan y nos cuentan lo que aún otros no podemos ver. 

Lleva bolsas de plástico. Pesan. Ella lleva las manos y muñecas marcadas por el contenido de los bultos. Viaja acompañada de 3 niñas que no paran de pedir dulces y de gritar que se sienten sofocadas. Ella con delicadeza y ternura les dice: -Tranquilas. Ya vamos a llegar. A ver, júntate más acá-.

Están en Normal con rumbo a Bellas Artes, pues las nenas quieren conocer el palacio ¿Qué es un palacio? ¿Acaso hay algo así en México? ¿Por qué nunca las habían llevado? Son las preguntas que invaden la cabeza de la señora, después de escoger las mejores frutas y verduras con 100 pesos que llevaba en el monedero. Sobran 20, apenas para los boletos de vuelta del metro.

Llegan a otra estación, el audio con voz femenina que indica el nombre del lugar es inaudible. El peso de los bultos y su vista desmejorada no la ayudan. Apenas hay un poco de aire para respirar en ese pequeño hueco del que se han apropiado las 4 mientras se mantienen de pie sostenidas por los ánimos de ver el precioso palacio.

Se escucha “Próxima estación: Revolución”. Bajan 3 personas del vagón, suben 12. Se empujan, se retuercen, se pisan, se insultan, se miran con desdén. El codo de un señor ha pegado, accidentalmente, en el ojo de una de las nenas. Ella llora y se soba; las otras no saben qué hacer. Su abuela le dice: -Ya, nena, ya vamos a llegar. No pasa nada. Apriétate aquí conmigo. Fíjate en el espacio. –


Discretamente, un señor acompañado de un niño, como de 5 años, saca de una bolsa de plástico negro una caja de dulces y grita para venderlos. Tiene estilo y gracia para ganarse las miradas de los usuarios: ¡Ándele, cómpreme un chiclito para que no le apeste la boca y bese a la novia! ¡Compre un chicle para que no ruja como león! El pequeño lo acompaña y recibe paletas y monedas de más por parte de las ancianas que lo miran con lástima. El vendedor se aleja a otros vagones y se escucha: ¡Próxima estación Bellas Artes!

¡Llegamos al fin! Ya no puedo con estas madres (susurra la señora) y aprisionada en su hueco, al fin libera a las nenas y les pide que bajen primero, que siempre al frente y se tomen de la mano. Empujan, jalan, entran, salen…todo al mismo tiempo pasa entre las bestias, pues luchan por sobrevivir para llegar a la cita amorosa, al trabajo, al concierto… Ellas están ansiosas de llegar al palacio y sus caritas se tornan rojas de furia: Gana el más rudo. Al bajar, el zapato de la abuela queda aprisionado por el hueco que hay entre el metro y el piso de la estación. Su pie se dobla, se mueve, se rompe, se inmoviliza. Las nenas esperan y lloran porque la gente las maltrata con sus prisas y su estrés. No es la primera vez que a alguien se le atora una extremidad en “el hueco”. Y pensar que la abuela sobrevivió a la falta de aire, de espacio, de higiene y de comodidad.


Mientras tanto se dice que, en Londres, la gente sube y baja del metro con cautela, despacio, con amabilidad. Se desplaza en el espacio observando el hueco mientras se escucha una voz masculina “Mind the gap” (Cuidado con el espacio) que alerta a los usuarios a dirigirse con precaución para no sufrir algún accidente. 

miércoles, 26 de julio de 2017

CRÓNICA: SE VA LA VIDA EN EL IMSS.


por Elena Morado

@Elena6Morado

Nos citaron a las 9:40 am. El propósito es obtener una cirugía con el oftalmólogo para eliminar una catarata. Llegamos al IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social) UMAA (Unidad Médica de Alta Especialidad) ubicada en Lago de Guadalupe (frente a la plaza comercial). En mis manos sostenía el libro “Las historias de terror del libro rojo de David”. Sin querer la literatura coincidía con mi próxima vivencia.

Después de repetir en 5 ocasiones que veníamos a una valoración con el oculista a recepcionistas, policías, médicos y enfermeras, pudimos entrar a la sala de espera para obtener atención de un especialista. Nos recibieron papeles fríamente, sin un saludo sin una mirada a los ojos. Es que quienes laboran en esta institución, en su mayoría, parecieran los enfermos por falta de empatía, sensibilidad y energía para realizar un trámite o dar información. Están enfermos de la vida; pues a diferencia de quienes padecen enfermedades corporales se quejan, lloran, duermen, comen, se reconfortan, pero ¿Qué hay de los empleados que sólo aceptan y niegan papeles? Son como cadáveres en un gran congelador.

En la tarde, la enfermera aplicó gotas para dilatar la pupila de mi familiar. Una decena de ancianos esperaba también gotas “en sus ojitos”, así decía la enfermera; quien al ingresar al consultorio y cerrar la puerta era más dura y firme en sus indicaciones. Las gotas caían por el rostro de los pacientes, simulaban lágrimas. En cuanto entramos al consultorio recibimos regaños por no obtener la documentación completa, por no contar con firmas y sellos de personas que ni conocemos. Sin contar una serie de órdenes sobre con quién acudir, qué pedir y hasta qué sentir (si te duele o incómoda, es normal y sufres porque quieres). Finalmente, recibimos la indicación de ir a la Clínica 72 de la avenida Gustavo Baz al área de urgencias. Cansadas y frustradas nos dirigimos allá.

El sitio era diferente, pero los enfermos lucían igual: agotados, durmiendo en el piso, sentados en una incómoda silla de metal, mirando al suelo y el reloj a cada instante, y acostumbrados a esperar más de 3 horas para recibir alguna atención, orden o regaño por parte del personal del IMSS. Ingresamos al baño con suma precaución para no mojar nuestros tenis, pues el suelo estaba resbaloso por la gran cantidad de líquido que lo cubría; mientras que los botes de basura escupían más que papel sanitario. Había tanta suciedad en un cuarto de una institución de salubridad. Quizá por ello no podía faltar el jabón líquido y el agua. No pude ocultar mi cara de asombro: Los doctores ya no dan folders para las radiografías, pero sí hay jabón en el sanitario. Debo estar soñando.

Al llegar y sabiendo que la espera sería tardía porque el recepcionista nos indicó que éramos “código verde”, decidimos salir a comer no sin recibir una orden: ¡No se tarden! Era fabuloso salir de un sitio nauseabundo donde sientes que todo apesta y huele a injusticia. La sopa de codito y el huarache de queso me regresaban a la realidad de mi país y de mis instituciones: Come sano, cuídate, mejora tu alimentación porque sale caro enfermarse. Si te duele algo, tendrás que caminar por los pasillos del IMSS, ver caras molestas de enfermeras regañándote, buscando firmas y pases, y desde luego pedir una y otra vez: ¿Puede atenderme? Me duele… Al menos tienes 31 años y aún puedes caminar, correr y tocar con tu dedo índice el hombro de un doctor para pedirle una firma, como si se tratara de un autógrafo.

Al reanudar la visita dentro de las instalaciones médicas, esperamos más y más…Mi compañera se hartó y, aún con la pupila dilatada, preguntó ¿Cuántas horas más, aproximadamente, tardarían en atenderme? El encargado dijo: Es que no es aquí, debe ir a oftalmología. La falta de comunicación, atención e interés hicieron enfurecer a mi familiar, pues ¿Por qué al entregar la documentación no lo mencionaron?

Ya en oftalmología, con sólo 3 personas esperando, y más ánimos porque la espera no sería tanta fuimos rechazadas por no contar con un recado del subdirector acerca del servicio que necesitábamos. Lo buscamos, lo llamamos con la mente, lo imaginábamos y no lo hallamos. La doctora alzó la voz y dijo: “A mí también me han dilatado la pupila” y no hay de otra, necesitan la firma. Con impotencia nos retiramos mientras escuchábamos a la misma doctora recibir y atender a sus amigas: - ¿Qué onda, manita? ¡Pásale! ¿Cómo estás? ¿En qué te puedo ayudar? Mientras cerraba la puerta y los ancianos esperaban.

Finalmente, nos dimos por vencidas obteniendo sólo un trámite y montones de dudas y exigencias. Desde hace 4 meses mi familiar quiere ver mejor, y hoy lo logró, pues vio inmundicia, frialdad y negligencia. Era muchísima.

Salimos a paso lento, mientras sonaba un celular con la canción de “Misión imposible”. Nuestras risas fueron visibles, mientras recibíamos un indeseable “Hasta mañana” del oficial de seguridad que, amablemente, nos abrió la puerta para desalojar el IMSS.

a)    Al salir de la clínica NO te sientes mejor de salud. Hay desesperanza, coraje y tristeza. 



domingo, 16 de julio de 2017

CUENTO INFANTIL: "TAN PEQUEÑA Y TAN VALIOSA".


Por Elena Morado

@Elena6Morado

Existió una vez, una simpática marquita y era agradable porque la gente la consideraba un punto de referencia. Decían: - Para llegar a mi casa, debes pasar por “la marquita negra”. o - Para tomar el autobús del norte, párate en “la marquita negra”. Hasta que un día, la marquita sufrió un cambio, pues como muchos la usaban de referencia para llegar a sus destinos, empezó a tener una modificación, una profundidad, un hueco… A la marquita la gente no la veía ni la encontraba.




Finalmente, la gente seguía usando referencias y ahora decían: - Si quieres tomar el autobús del norte, justamente pasa en donde estaba “la marquita”, pero como ya era inexistente todo mundo se perdía y llegaba a sitios a donde no quería ir, pues cada que quien se paraba en donde pensaba estaba la dichosa “marquita negra”.



 FIN





HISTORIAS MUSICALIZADAS QUE SE NARRAN CON RITMO PARTE 1

  Por Elena Morado. Cuántas veces no tarareamos canciones e imitamos la voz de nuestro cantante favorito porque encontramos algo contagios...