jueves, 3 de agosto de 2017

CUENTO: CUIDADO CON EL ESPACIO


Por Elena Morado

@Elena6Morado

Dedicado a quienes viajan y nos cuentan lo que aún otros no podemos ver. 

Lleva bolsas de plástico. Pesan. Ella lleva las manos y muñecas marcadas por el contenido de los bultos. Viaja acompañada de 3 niñas que no paran de pedir dulces y de gritar que se sienten sofocadas. Ella con delicadeza y ternura les dice: -Tranquilas. Ya vamos a llegar. A ver, júntate más acá-.

Están en Normal con rumbo a Bellas Artes, pues las nenas quieren conocer el palacio ¿Qué es un palacio? ¿Acaso hay algo así en México? ¿Por qué nunca las habían llevado? Son las preguntas que invaden la cabeza de la señora, después de escoger las mejores frutas y verduras con 100 pesos que llevaba en el monedero. Sobran 20, apenas para los boletos de vuelta del metro.

Llegan a otra estación, el audio con voz femenina que indica el nombre del lugar es inaudible. El peso de los bultos y su vista desmejorada no la ayudan. Apenas hay un poco de aire para respirar en ese pequeño hueco del que se han apropiado las 4 mientras se mantienen de pie sostenidas por los ánimos de ver el precioso palacio.

Se escucha “Próxima estación: Revolución”. Bajan 3 personas del vagón, suben 12. Se empujan, se retuercen, se pisan, se insultan, se miran con desdén. El codo de un señor ha pegado, accidentalmente, en el ojo de una de las nenas. Ella llora y se soba; las otras no saben qué hacer. Su abuela le dice: -Ya, nena, ya vamos a llegar. No pasa nada. Apriétate aquí conmigo. Fíjate en el espacio. –


Discretamente, un señor acompañado de un niño, como de 5 años, saca de una bolsa de plástico negro una caja de dulces y grita para venderlos. Tiene estilo y gracia para ganarse las miradas de los usuarios: ¡Ándele, cómpreme un chiclito para que no le apeste la boca y bese a la novia! ¡Compre un chicle para que no ruja como león! El pequeño lo acompaña y recibe paletas y monedas de más por parte de las ancianas que lo miran con lástima. El vendedor se aleja a otros vagones y se escucha: ¡Próxima estación Bellas Artes!

¡Llegamos al fin! Ya no puedo con estas madres (susurra la señora) y aprisionada en su hueco, al fin libera a las nenas y les pide que bajen primero, que siempre al frente y se tomen de la mano. Empujan, jalan, entran, salen…todo al mismo tiempo pasa entre las bestias, pues luchan por sobrevivir para llegar a la cita amorosa, al trabajo, al concierto… Ellas están ansiosas de llegar al palacio y sus caritas se tornan rojas de furia: Gana el más rudo. Al bajar, el zapato de la abuela queda aprisionado por el hueco que hay entre el metro y el piso de la estación. Su pie se dobla, se mueve, se rompe, se inmoviliza. Las nenas esperan y lloran porque la gente las maltrata con sus prisas y su estrés. No es la primera vez que a alguien se le atora una extremidad en “el hueco”. Y pensar que la abuela sobrevivió a la falta de aire, de espacio, de higiene y de comodidad.


Mientras tanto se dice que, en Londres, la gente sube y baja del metro con cautela, despacio, con amabilidad. Se desplaza en el espacio observando el hueco mientras se escucha una voz masculina “Mind the gap” (Cuidado con el espacio) que alerta a los usuarios a dirigirse con precaución para no sufrir algún accidente. 

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