por Elena Morado
@Elena6Morado
Nos
citaron a las 9:40 am. El propósito es obtener una cirugía con el oftalmólogo
para eliminar una catarata. Llegamos al IMSS (Instituto Mexicano del Seguro
Social) UMAA (Unidad Médica de Alta Especialidad) ubicada en Lago de Guadalupe
(frente a la plaza comercial). En
mis manos sostenía el libro “Las historias
de terror del libro rojo de David”. Sin querer la literatura coincidía con
mi próxima vivencia.
Después
de repetir en 5 ocasiones que veníamos a una valoración con el oculista a
recepcionistas, policías, médicos y enfermeras, pudimos entrar a la sala de
espera para obtener atención de un especialista. Nos recibieron papeles
fríamente, sin un saludo sin una mirada a los ojos. Es que quienes laboran en
esta institución, en su mayoría, parecieran los enfermos por falta de empatía,
sensibilidad y energía para realizar un trámite o dar información. Están
enfermos de la vida; pues a diferencia de quienes padecen enfermedades
corporales se quejan, lloran, duermen, comen, se reconfortan, pero ¿Qué hay de
los empleados que sólo aceptan y niegan papeles? Son como cadáveres en un gran
congelador.
En la tarde, la enfermera aplicó gotas para dilatar la pupila de mi familiar.
Una decena de ancianos esperaba también gotas “en sus ojitos”, así decía la
enfermera; quien al ingresar al consultorio y cerrar la puerta era más dura y
firme en sus indicaciones. Las gotas caían por el rostro de los pacientes,
simulaban lágrimas. En cuanto entramos al consultorio recibimos regaños por no obtener
la documentación completa, por no contar con firmas y sellos de personas que ni
conocemos. Sin contar una serie de órdenes sobre con quién acudir, qué pedir y
hasta qué sentir (si te duele o incómoda, es normal y sufres porque quieres). Finalmente,
recibimos la indicación de ir a la Clínica 72 de la avenida Gustavo Baz al área
de urgencias. Cansadas y frustradas nos dirigimos allá.
El
sitio era diferente, pero los enfermos lucían igual: agotados, durmiendo en el
piso, sentados en una incómoda silla de metal, mirando al suelo y el reloj a
cada instante, y acostumbrados a esperar más de 3 horas para recibir alguna
atención, orden o regaño por parte del personal del IMSS. Ingresamos al baño
con suma precaución para no mojar nuestros tenis, pues el suelo estaba resbaloso
por la gran cantidad de líquido que lo cubría; mientras que los botes de basura
escupían más que papel sanitario. Había tanta suciedad en un cuarto de una
institución de salubridad. Quizá por ello no podía faltar el jabón líquido y el
agua. No pude ocultar mi cara de asombro: Los doctores ya no dan folders para las
radiografías, pero sí hay jabón en el sanitario. Debo estar soñando.
Al
llegar y sabiendo que la espera sería tardía porque el recepcionista nos indicó
que éramos “código verde”, decidimos salir a comer no sin recibir una orden:
¡No se tarden! Era fabuloso salir de un sitio nauseabundo donde sientes que
todo apesta y huele a injusticia. La sopa de codito y el huarache de queso me
regresaban a la realidad de mi país y de mis instituciones: Come sano, cuídate,
mejora tu alimentación porque sale caro enfermarse. Si te duele algo, tendrás
que caminar por los pasillos del IMSS, ver caras molestas de enfermeras
regañándote, buscando firmas y pases, y desde luego pedir una y otra vez:
¿Puede atenderme? Me duele… Al menos tienes 31 años y aún puedes caminar,
correr y tocar con tu dedo índice el hombro de un doctor para pedirle una
firma, como si se tratara de un autógrafo.
Al
reanudar la visita dentro de las instalaciones médicas, esperamos más y más…Mi
compañera se hartó y, aún con la pupila dilatada, preguntó ¿Cuántas horas más,
aproximadamente, tardarían en atenderme? El encargado dijo: Es que no es aquí,
debe ir a oftalmología. La falta de comunicación, atención e interés hicieron enfurecer
a mi familiar, pues ¿Por qué al entregar la documentación no lo mencionaron?
Ya
en oftalmología, con sólo 3 personas esperando, y más ánimos porque la espera
no sería tanta fuimos rechazadas por no contar con un recado del subdirector
acerca del servicio que necesitábamos. Lo buscamos, lo llamamos con la mente,
lo imaginábamos y no lo hallamos. La doctora alzó la voz y dijo: “A mí también
me han dilatado la pupila” y no hay de otra, necesitan la firma. Con
impotencia nos retiramos mientras escuchábamos a la misma doctora recibir y
atender a sus amigas: - ¿Qué onda, manita? ¡Pásale! ¿Cómo estás? ¿En qué te
puedo ayudar? Mientras cerraba la puerta y los ancianos esperaban.
Finalmente,
nos dimos por vencidas obteniendo sólo un trámite y montones de dudas y
exigencias. Desde hace 4 meses mi familiar quiere ver mejor, y hoy lo logró,
pues vio inmundicia, frialdad y negligencia. Era muchísima.
Salimos
a paso lento, mientras sonaba un celular con la canción de “Misión imposible”.
Nuestras risas fueron visibles, mientras recibíamos un indeseable “Hasta mañana”
del oficial de seguridad que, amablemente, nos abrió la puerta para desalojar
el IMSS.
a) Al
salir de la clínica NO te sientes mejor de salud. Hay desesperanza, coraje y
tristeza.