sábado, 1 de diciembre de 2007

CUENTO: MÁS QUE UNA MUJER


MÁS QUE UNA MUJER
Elena Morado

@Elena6Morado

Estoy harto de ellas, malditas, todas son iguales – dialogo conmigo mientras meto la llave a la cerradura de mi cómodo apartamento.

Cómo no me di cuenta, cómo me deje engatuzar. Pero no aprendo, esta no es la primera vez que sucede – me repito esto con un tono de desprecio hasta que soy interrumpido por la imagen de mi mujer ideal.

- ¿En dónde hay alguien como tú, mi vida? - le dirijo mis palabras a esta ninfa de mirada seductora, de cuerpo con proporciones inimaginables y de delicadeza que no puede ser tocada con furia. Me desprendo con rencor de mi corbata y procedo a recostarme en mi cama.

El día va oscureciendo, y cubro mis ventanas con las persianas, cierro las puertas con llave y desconecto el teléfono. Abrazo a mi almohada... suspiro por Azucena, y para ausentarla de mi mente opto por tomar el control remoto y apuntar la señal al televisor. Intento no recordar mis momentos frustados, mis relaciones amorosas fallidas, las posibles infidelidades de las mujeres, y las tristes respuestas negativas que recibí desde joven cuando le declaraba mi amor a las colegialas.

Jóvenes bellas abundan en la programación televisiva. Los hombres más horrendos, detestables y gordos las tocan, les dicen majaderías y ellas les modelan con coquetería. Son inalcanzables todas ellas para mí.

De pronto, retiro la almohada de mis brazos y rodeo con ellos a mi señorita. Ella tiene una piel tan suave que me enloquece, no paro de tocarla y desearla. Me vuelve tan valiente cuando la miro acostada en la cama con su ropa interior de encaje que le roza cada punto tentador de su figura, me hace sentirme privilegiado y me aparto del mundo. A veces me pregunto qué tienen sus pestañas largas que me rozan las mejillas, son tan excitantes.

- ¿Qué tienen tus labios que hace que me estremezca? - le pregunto y su única respuesta es un quejido tan humano para mí que me siento más enamorado.

Recuerdo cuando la conocí, muchos decían que estaba loco y que eso no podía ser. Al principio me daba vergüenza que saliera conmigo, hasta presentía que ella se sonrojaba, pero yo le tomaba su diminuta cintura con una mano y proseguíamos el camino hacia mi automóvil. Ella simplemente me sonreía con esa expresión congelada y a la vez tan provocadora que en muy pocas mujeres he logrado hallar, quizás porque pocas veces les veo el rostro. Hoy está nuevamente conmigo porque no me gusta castigarla en mi clóset lleno de trajes de hombre de negocios.

Esta noche extraño a mi Azucena, maldita mujer. Es hiriente como cuchillo, cruel como una bestia y terriblemente encantadora como una rosa con espinas. No recuerdo mucho de su cara, pero sé que tiene manos suaves.

- ¿Acaso nunca supiste el esfuerzo que hice porque aceptaras una taza de café conmigo? - le digo a una vieja foto suya. La desgraciada no piensa en lo mucho que repase la pregunta frente al espejo, lo ridículo que me veía mirándome pensando en que era ella y lo mucho que ensayé mi mejor sonrisa para que me diera el sí para una cita.

- Finalmente, me dijiste que no sé tratar a las mujeres, que soy poco caballeroso y que no estás dispuesta a ser una maestra de un jovencito que sabe poco de las necesidades de una dama. Pero nunca observaste el temblar de mis manos, el titubeo de mis labios y mis deseos de terminar con la cotidiana vida de hablar, vestir, maquillar y hacerle el amor a otra.

Hoy estoy contigo, cariño. Mañana prometo comprarte ropa para nuestro próximo paseo en auto. No me importa que la gente nos intimide con sus miradas. Hoy no me siento solo porque tú eres una señorita que no me critica, que no me habla y que no me acaricia; pero que con tu mirada de ojos grandes, tu ropa diminuta y tu escote pronunciado hace más de lo que cualquier mujer puede otorgarme. Esta noche cambio tu lengua por una más larga, modifico tus prendas para que no pases frío, te acomodo en una posición en la que tus brazos me acerquen a tus senos cálidos e introduzco mi mano en aquel sitio ubicado entre tus piernas, aquel lugar en el que Azucena me haría respetar con una dolorosa cachetada. Tú simplemente te dejas manipular a mi antojo.

La luz del sol se cuela por las persianas, secó mis lágrimas durante la noche. El brillo de los ojos de mi señorita me dice que es hora de ir a trabajar, de enfrentar a mis compañeras de trabajo con la mirada baja.

- No me queda más que imaginarte vestida sensualmente con un traje sastre entallado y recibiendo mi llegada en las noches con un fuerte abrazo y agradecerme por lo bien que te trato.-

Hoy no la olvido guardada en un oscuro armario, me gusta más la idea de clavarle un gancho en su finísimo cuello para colgarla en el techo blanco del apartamento. Me gusta mirarla de pie con sus zapatillas puestas.

-Vamos a decir que tú eres una señorita de verdad y que estás inerte esperando a que te susurre al oído.-

Eres más que una mujer y mereces ser maquillada porque dependes de mí, de este ser triste que no puede ser llamado "hombre" porque no tiene una mujer de carne y hueso a su lado, pero tiene una muñeca que comparte su inmensa soledad y la fiel esperanza de que quizás algún día su señorita con virginidad eterna le gritará con voz cariñosa ¡¡Estás al borde la locura!!!!

- Porque tú, mi señorita de plástico, dependes hasta de mis pensamientos.


No hay comentarios:

HISTORIAS MUSICALIZADAS QUE SE NARRAN CON RITMO PARTE 1

  Por Elena Morado. Cuántas veces no tarareamos canciones e imitamos la voz de nuestro cantante favorito porque encontramos algo contagios...