miércoles, 5 de diciembre de 2007

CUENTO: JUANITA COMO LA NÚMERO 50.

Por Elena Morado

@Elena6Morado

De niña admirabas a tu madre por tener tan avanzada edad, porque reconocías el esfuerzo que ella hacía por cargar las cubetas de agua para que te asearas. Que bien se sentía bañarse con agua caliente 2 veces a la semana, Juanita.

Pasó el tiempo, creciste, y te sentiste alegre porque en tu primer trabajo recibiste ese jugoso sueldo de 50 pesos, lástima que no te rindieron porque la renta del cuartito salía cara. Y qué decir del tal Don Pedro, le pagabas o le entregabas tu virginidad al viejito, o quizás le prestabas a tu hermano para que cargara los ladrillos de su pared que separaría su casa con la de los vecinos chismosos. No sea que después se dieran cuenta de las fiestas privadas que organizaba Don Pedro, en las que eras invitada. Sería mejor que los ladrillos sean los únicos testigos del libertinaje de tu vecino.

Dos años más tarde, tus hermanos han crecido, y tu madre no pudo felicitarte por lo bien educados que están. Comían lo que les preparabas, ignoraban el hambre cuando se los pedías y guardaban alimento para el día siguiente. Se despedían de ti y te decían – Ve con cuidado -.

Pronto te sentiste adolescente: cocinabas, pagabas renta, agua, luz y gas. Tu cuerpo y actitud jovial cambiaron. Sentías mariposas en el estómago cuando veías a Joel, aquel joven que pronto se marcharía por dejar a una niña embarazada. Todos lo sabían y te repetían con violencia – No vayas a cometer la pendejada de abrirle las piernas por amor ¡eh! -. No permitas que el cuerpo sienta placer, Juanita.

La noche era testigo de que obedecías a tus hermanos porque al regresar del trabajo lo hacías con precaución. Que molesto era que te siguieran en la calle y que las patrullas contribuyeran a elogiarte, a darte besos y manoseas junto con los borrachos de la esquina. Pensabas para ti – Mañana mismo tomo las chanclas y dejo los tacones. Hacen un pinche ruido -.

A los 19 años, estabas sola. Tus hermanos huyeron al extranjero con Joel, y tú te las ingeniaste para cambiar de trabajo. Ahora laborabas en la industria que elaboraba ropa de maternidad. A pesar de planchar 50 prendas, era bonito pensar en Antonio, el muchacho que te recogía del trabajo y que tanto te gustaba. Estabas enamorada, pero no querías que los del pueblo se imaginaran que eras muchacha fácil. Toño insistía en recogerte del trabajo, tú te limitabas a responder – No, Toño, yo me voy temprano. Ya hiciste bastante con traerme, no te preocupes -. Y esa noche tenías más de 50 pesos en tu monedero, te veías bonita: tu cabello largo, una flor en el pelo y una cinta en la cintura; calzabas tacones altos porque así le gustabas más a Toño. Y te atraparon, Juanita.

El hombre maduro que hace días te espiaba, esta vez oyó tus tacones y fue detrás de ti. Corriste tan desesperadamente que la oscuridad hizo que te perdieras y quedaras en la penumbra de la noche. El hombre de mirada penetrante te tiró en el pasto, te robó tu sueldo, te tocó, te hablo del placer y te quitó tu virginidad. Fue tan cruel que te dijo que tus gritos eran señal de placer y de que te gustaba. Tú sólo pedías que Toño viniera a tu rescate, que hubiera escuchado el sonar de tus zapatos. El asesino continúa libre, carga con tu dinero y el de otras muchachas; goza de tu virginidad y sabe que terminan de laborar a las 9 de la noche.

Tú fuiste, hasta ahora, la número 50 del conteo de mujeres asesinadas de Ciudad Juárez, Chihuahua. Cuando se dieron los primeros 10 casos, la reacción fue tremenda: gritos, lágrimas, desesperación y acciones, las señoras llevaban a sus hijas a la escuela y las acompañaban a comprar las tortillas. Ahora tus vecinas dicen entre sí – Pobre muchacha, pero quién le mandaba a llevar tremendos zapatos. Además, estaba bonita y le coqueteaba a Don Pedro, y eso que tenía novio. Igual que su madre –. Todo comentario se pierde entre las ofertas de los mercaderes, las televisiones de las familias, los golpes de una madre a su hijo pequeño y las ofensas del borracho a la obediente esposa.

Para ti fue mejor morir al perder lo que las mujeres de pueblo valoran tanto y que con comentarios te hubieran matado de vergüenza. En tu memoria colocan una cruz rosa junto a la de tu madre. Toño te extraña, pero prefiere no pensar en ti porque espera, junto contigo, una respuesta que se ha oído más de 50 veces, pero ni una vez ha tratado de resolverse.

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